What do you think?
Rate this book
181 pages, Hardcover
First published December 1, 1992
“Solo no tener dinero es de peor gusto que hablar de él, con la gloriosa excepción de la de ser aburrido.Después de la enésima sonrisa que se nos escapa ante los despiadados comentarios y aforismos que esta novela atesora, cómo no comprender la fascinación que en algunas personas puedan despertar snobs hijos de la gran p... como David, el padre de Patrick, nuestro protagonista, aunque estas personas sean desagradables bobalicones como Nicholas o trepas siempre dispuestos a su poquito de humillación como Víctor. Mucho menos difícil me sería comprender que a todos ustedes, como a mí, les entrasen ganas de estrujarle sus atrofiados dedos de la mano para obligarle a ponerse de rodillas hasta pedirnos clemencia. Ni el saberle dentro de la siempre prestigiosa liga de los perdedores, ni el sufrimiento interno y externo que preside su día a día, día tras día, sea despierto o dormido, ni saber que él es más consciente que nadie de ser el único causante de ese sufrimiento, nos inclina a la misericordia.
El éxito de un comentario inteligente compensa sobradamente la molestia de perder un amigo.
Nada supera el éxtasis que proporciona la sensación de poder sobre cosas y personas.
La amoralidad es como un buen traje, no sienta bien a cualquiera.”
His disdain for vulgarity included the vulgarity of wanting to avoid the appearance of being vulgar. In this more esoteric game, he recognized only a handful of players...
David held the burning tip of his cigar close to the ants…the ants twisted, excruciated by the heat, and dropped down onto the terrace. Some, before they fell, reared up, their stitching legs trying helplessly to repair their ruined bodies. “What a civilized life you have here,” Bridget sang out as she sank back into a dark-blue deckchair.
After all, what redeemed life from complete horror was the almost unlimited number of things to be nasty about.
'Eleanor had been brought up in a string of houses where every object seemed to have been owned by a king or emperor. The houses were wonderful, but guests left them with relief, conscious that they were not quite good enough, in the duchess's eyes, for the chairs on which they had sat.'